Los empleos, la formación, el nivel económico, las posibilidades de
viajar y el acceso a las nuevas tecnologías que han tenido un grupo
creciente de las personas que ahora se jubilan, muy distintos de los
trabajos o la formación, a veces ninguna, que tuvieron las generaciones
anteriores, han propiciado un cambio en el estilo de vida de los mayores
cuando dejan de trabajar.
Así, el voluntariado, incluso seguir ejerciendo una profesión desde
la solidaridad, se alza como una vía cada vez más transitada. Lo
ratifica la Plataforma del Voluntariado, que cada vez cuenta más mayores
en las ONG. Más de 100.000, según una encuesta realizada por UDP en
abril de 2013, realizan labores educativas o de apoyo a la formación a
grupos desfavorecidos (menores con problemas, desempleados o
inmigrantes). Una cantidad similar facilita apoyo en domicilios,
residencias u hospitales, y otro tanto se reparte entre ayudar a
minorías en riesgo de exclusión y gestionar sus propias asociaciones.
El tiempo que los nuevos jubilados destinan al voluntariado, está
sosteniendo las actividades de algunas ONG y asociaciones. “Aportamos
mucho. En las residencias hay jubilados voluntarios que imparten
talleres a otros mayores internos”, ejemplifica Angelina Fernández, que
coordina un programa de voluntariado social en la tercera edad.
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